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El lujo silencioso en el Arte

por: Désirée Arrizabalaga, Historiadora del arte, especialista en Mercado del Arte  

Eso de que el dinero habla y la riqueza susurra es muy cierto, principalmente en el mundo del coleccionismo. Ciertos coleccionistas prefieren poseer cosas con sutileza, pero irónicamente, ellos son los abanderados de la opulencia.
Siguiendo esa línea de pensamiento, hay quienes dicen, que el verdadero coleccionista, deja empolvar sus obras en un sótano o en un trastero en vez de exponerlas en su casa o prestarlas a alguna Fundación o Museo. Este tipo de coleccionismo se traduce en adquirir arte para olvidarlo en un rincón. Esto que acabamos de expresar representa la verdadera ostentación, en un siglo en el que aparentar ser pobre y, sobre todo, miserable, está de moda.
Estamos evocando ese lujo que se cuela por la parte de atrás, que entra de manera subrepticia, a hurtadillas, como “el pata e lana” i que no hace ruido; lo que lo convierte en doblemente atractivo y emocionante, por lo prohibido, por lo trasgresor, por lo escondido.

La riqueza representa poderío e insolencia porque el dinero puede comprar ciertas parcelas de libertad e influencia a largo plazo en el sistema. Por este motivo, lo políticamente correcto es el discurso de la igualdad, de la homogeneidad, el de “no tendrás nada y serás feliz”; discurso que ha calado muy hondo en Europa y que se traduce en un férreo control financiero, con un solo sistema bancario y una capacidad de ahorrar muy limitada. Es decir, un recorte programado del ahorro individual que pretende que el sujeto no tenga dinero en sus manos porque, la riqueza representa subversión y soberbia.
Por lo que respecta al arte en sí mismo, nos encontramos con infinitas tesis, entre ellas, la de las personas que piensan que el arte no es un lujo sino un sentimiento. Todos pueden permitirse poseerlo, pero, aun así, no todos poseen Arte. Es decir, no es lo mismo tener una escultura de un Bulldog francés en resina comprado en la sección de decoración exterior de un hipermercado, que una pieza única. Algo producido en serie no debería tener el mismo valor que un objeto exclusivo, aunque la postmodernidad diga lo contrario. Entonces deberíamos preguntarnos ¿hay que tener ojo para el arte u ojo para los negocios?
Por ejemplo ¿cuál es la diferencia entre ser dueño del inodoro de oro macizo de Maurizio Cattelan o ser dueño de un Lucio Fontana?, los dos, curiosamente, de Italia, la cuna del arte.

Hemos visto como en los últimos años la especulación financiera ha reducido el valor del arte a un precio y aunque el simple hecho de invertir en arte demuestre una personalidad “diferente” o un gusto especial por los detalles, ello no determina el status del comprador.
Últimamente se ha hablado mucho del lujo silencioso, un concepto que tiene que ver con la discreción en oposición a lo cursi o a lo esnob, términos que llevan consigo un componente aspiracional. Lo cursi se puede definir como el querer y no poder, una cuestión de clase que resume el hecho de imitar, sin muchas veces ser consciente. En la moda, el lujo silencioso se transcribe en dos anglicismos muy utilizados; el estilo old money y las tendencias menos mainstreams.
Identificar una obra que simbolice este movimiento es extremadamente complejo, pero podemos comenzar definiendo algunos conceptos…
Si bien el buen gusto puede ser una construcción “social canónica”, la sensibilidad formada e individual del sujeto se presenta siempre en mayor o menor medida. Por lo tanto, el buen gusto puede ser visto por algunos como algo inexistente traducible en valor, pero por otros como el placer ante la belleza. Como subraya Fajardo, el juicio de una persona está afectado por una determinada época. Aun así, no podemos negar que no todo en el arte es subjetivo.
Nos podríamos eternizar en cuanto a gustos personales, pero, debemos introducir otro concepto importante; la elegancia asociada al buen gusto y que hace que una persona se destaque del resto por ser agradable, armoniosa, delicada, bella, fina …; etimológicamente viene del latín eligere significa elección, de lo cual se deriva que una persona elegante es alguien que sabe elegir, pero, alguien que se destaca del resto, no es precisamente discreta o silenciosa sino más bien cantosa, que llama la atención.
En conclusión, debemos defender la objetividad. En nuestros días el lujo es lo raro. No es una moda sino una manera de afrontar la vida, como conservar y mantener la ropa de mesa y cama blanca, una de las sutilezas del refinamiento más difíciles de exhibir y presumir, pero que, sin embargo, están envueltas de ese aroma tan inimitable a old money. Esos detalles aportan luz e identidad que contrasta con la insipidez masificada del gris que se nos impone por todas partes, con la pretensión de camuflar una dudosa higiene física y mental.
Sin embargo, nadie nos podrá quitar el lujo intemporal y etéreo que puede suponer degustar, en un restaurante acogedor y con un interlocutor calificado, una sabrosa conversación sobre arte. Ese momento fugaz pero asequible es el condimento que salpimienta nuestra vida.
i Amante de una mujer casada.

Désirée Arrizabalaga

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