Descentrar la mirada
Tadeo Muleiro en el Museo Luis Perlotti
por: María Amor Ferrón
Atardecer en un bosque reúne un conjunto de quince obras del artista Tadeo Muleiro (Buenos Aires, 1983) realizadas entre los años 2010 y 2024, seleccionadas a partir de una propuesta curatorial que toma el pensamiento del antropólogo Eduardo Kohn y su libro Cómo piensan los bosques, como clave de lectura. La premisa de Kohn, como señala la curadora Jen Zapata, es que el pensamiento no es patrimonio exclusivo del ser humano y, por lo tanto, animales e incluso vegetales son inteligencias sensibles, presencias vivas, que cohabitan con nosotros. En este sentido, cualquier entidad que se comunique mediante el uso de signos puede considerarse un yo —un sí-mismo. El texto, resultado de un trabajo de campo realizado por Kohn a lo largo de cuatro años con los runa de Ávila, una zona rural situada en la Amazonia ecuatoriana, se propone como una obra filosófica que postula repensar la manera en que nos relacionamos con otros tipos de seres, poniendo en tensión las supuestas características y capacidades que nos hacen distintivamente humanos.
La narración en el espacio propuesta a partir de esta lente —que se desarrolla en el primer piso del Museo Luis Perlotti— se plantea como un discanto visual en relación con el acervo de la institución, constituido por la obra escultórica de Perlotti, que incluso se intercala por momentos con algunas piezas de Muleiro que penden del techo. La blandura, la calidez táctil y el cromatismo vibrante y saturado de las obras del artista dan lugar a una materialidad escultórica otra, en las antípodas de la escultura tradicional, que se acentúa por la monumentalidad de algunas de las obras del conjunto. Hay una intención de romper con cierta solemnidad academicista y de ludificar el espacio.
La selección de obras —que incluye esculturas blandas, pinturas sobre piezas realizadas en tela, pinturas sobre tela de avión, trajes y una instalación— despliega un imaginario visual poblado de estas inteligencias sensibles, que se representan dentro de un espectro que va de lo real a lo fantástico: animales y vegetales de todo tipo, habitando noches, días o espacios temporalmente inciertos; semillas, flores y frutos; raíces, ramas y troncos que conectan elementos; insectos más o menos reconocibles; rostros zoomorfos que detentan, al mismo tiempo, ciertos rasgos humanoides. En el despliegue iconográfico de este universo, los opuestos complementarios funcionan al modo de un bajo continuo barroco que articula el relato. La vida y la muerte, el día y la noche, lo micro y lo macro, lo femenino y lo masculino, lo universal y lo particular, constituyen dualidades que se desprenden de múltiples fuentes de las que se nutre Muleiro para desarrollar su práctica artística, entre ellas, el repertorio visual de las culturas precolombinas, las historias míticas y ancestrales —referencias constantes en su producción—, y ciertos elementos del manga y el cómic.

Créditos: @fotografiadeobra
Dentro de este imaginario visual de seres no humanos, fito y zoomorfos, las referencias culturales mencionadas se integran a elementos autobiográficos que subyacen en gran parte de las obras, otorgando a la exposición un espesor afectivo que incrementa la ya de por sí afectiva propuesta curatorial de componer una ecología sensible, en el que cohabiten —y no simplemente coexistan— seres humanos y no humanos. Es decir, el universo de seres que emerge de estas referencias a lo mitológico, lo universal, lo ancestral, incluso lo cósmico, se imbrica con elementos de la experiencia vital del artista. Este sustrato afectivo no se hace explícito en la exposición, en parte por la decisión curatorial de no colocar los epígrafes de las obras, cuyos títulos darían, en algunos casos, indicios bastante precisos al respecto, por ejemplo, en el traje titulado Los Hermanos, Día (2011) —un imponente pájaro amarillo de tintes fantásticos que Mulerio realizó junto a otro de color azul titulado Los Hermanos, Noche, que no está presente en la exposición— y las pinturas sobre piezas realizadas en tela Bajo una luna roja el jardín florece y mi tortuga se come las estrellas (2024) o Tarsila en el jardín, afuera el fuego y las estrellas (2024), en la que una gata tuerta, sentada sobre un entorno vegetal del que emergen sendos tulipanes rojos, mira fijamente al espectador. Otras obras, como La Casita (2010) o la serie Seres del viento (2010) aluden a ciertos juegos de su infancia, pero la intencionalidad de Atardecer en un bosque es, como señalamos, des-antropomorfizar la mirada, poniendo el foco en este universo de seres no humanos que pueblan las piezas, realizadas de manera estrictamente artesanal por el artista, a quien su madre enseñó a coser cuando era un niño.

Créditos: elaboración propia
Las tres obras de la serie Seres del viento (2010) son pinturas sobre barriletes de tela de avión, que incluso Muleiro romontó antes de pintar. En estos seres-alados-cometas, la geometrización y síntesis de las siluetas contrasta con la exuberancia de elementos que aparecen en su interior. En uno de ellos, de características femeninas, dos pechos aparecen custodiados por un cangrejo, que a su vez enmarca el rostro y da forma a un útero que se desprende de la boca del personaje; más abajo, una vagina deviene en un gran pulpo de color rosado, enmarcado por las cabezas de dos animales fantásticos con sus fauces abiertas. En otra de las obras de esta serie, el tronco de un árbol se erige cual columna vertebral del personaje, conectando, mediante ramas y raíces —que pasan de lo de lo bi a lo tridimensional y quedan suspendidas del cuerpo—, la cabeza, el torso y la parte inferior de la figura. En los laterales, el día y la noche, el sol y la luna y dos insectos, de grandes dimensiones, que dirigen su mirada al pecho. Allí, un tercero, en apariencia un escarabajo, se ubica en el interior de una especie de flor que alterna pétalos-falo con pétalos-vagina. En los alrededores, y surgiendo de una genitalidad indefinida, pululan espermatozoides que se confunden subrepticiamente con las raíces y las ramas del árbol.

Créditos: elaboración propia
La Casita (2010), es una instalación que consiste en una tienda de tela pintada de un intenso color naranja y recubierta por múltiples círculos concéntricos de distintos colores, con las dimensiones necesarias para recibir en su interior al espectador. Esta propuesta, lúdica de por sí, alude también a los juegos de la infancia que en gran medida Muleiro compartía con su hermano Emmanuel. Una vez dentro, sobre un fondo rojo, encontramos un escenario repleto de animales y alimentos propios de Latinoamérica e imágenes que remiten a la figura de la Pachamama, deidad femenina que representa la fertilidad, la abundancia y la conexión entre los seres humanos y la naturaleza. En esta narrativa ancestral y mitológica se despliega un horror vacui que envuelve al espectador: un jaguar, un cóndor y un guanaco, entre otros animales e insectos, algunos de carácter fantástico; enormes flores que asemejan girasoles de pétalos multicolores; una planta de mazorcas que custodia dos pechos que eyectan fluidos y sobre ellos, lo que parece ser un sapo; frutos, semillas y un corazón humano, entre otros elementos.

Créditos: @fotografiadeobra

Créditos: elaboración propia
La complejidad iconográfica y el horror vacui de La Casita contrastan con ciertas obras de la serie Visiones de la sombra (2022), que representan capullos que están por florecer o semillas a punto de germinar. El artista presenta estos elementos sobre un fondo plano monocromático y al modo de un corte vista-lateral que nos permite ver las distintas capas de su interior. Estas flores fantásticas recuerdan la genitalidad femenina, estableciendo una correspondencia entre la fertilidad humana y el origen y la vida del mundo vegetal.

Créditos: elaboración propia
La obra El Otorongo (2017) es una pintura sobre escultura textil de grandes dimensiones que pende del techo y se impone con su presencia en el medio de la sala. El Otorongo, también llamado Panthera onca, jaguar, yaguareté o tigre americano, es el felino más grande de Latinoamérica, y el tercero en tamaño de los cinco que habitan el mundo. En Argentina habita las zonas norte y noroeste, siendo hoy una especie en peligro de extinción que se intenta recuperar, luego de años de caza furtiva y destrucción de su hábitat natural. Otorongo es el nombre que se le da a este animal en la Amazonia peruana. El que nos presenta Muleiro tiene rasgos fantásticos, una corporalidad estilizada, casi etérea, con pelaje blanco y negro y una genitalidad exacerbada e indefinida. Esta obra, quizás, sintetiza el basamento conceptual de la exposición.

Créditos: @fotografiadeobra
Atardecer en un bosque se propone como un espacio de pensamiento sensible que obliga a descentrar la mirada humana. En este sentido, es una invitación a pensar la práctica artística contemporánea como una forma de conocimiento y de vínculo con lo vivo, donde lo afectivo se disloca y transita otros caminos, expandiendo nuestra capacidad de afectar y de ser afectados. Poniendo en primer plano este universo de seres no humanos que interpelan directamente al espectador, Muleiro construye un bosque que es también un laboratorio: un espacio donde lo mitológico, lo ancestral, lo autobiográfico y lo fantástico se conjugan para poner en juego la pregunta sobre cómo queremos habitar el mundo.
María Amor Ferrón
Licenciada en Curaduría e Historia de las Artes por Universidad del Museo Social Argentino-UMSA.
Doctoranda en Historia y Teoría de las Artes (FFyL, UBA). Becaria doctoral CONICET.
ATARDECER EN UN BOSQUE__muestra individual en el Museo de Esculturas Luis Perlotti @museoperlotti (Pujol 644, Caballito)
Con curaduría de @jenzapatagarcia .
Agredecemos a @museosba . La muestra cuenta con el apoyo y financiación de Mecenazgo @impulsocultural y @fundacion_santander_ar .
Pueden pasar a visitar la muestra hasta el 23 de NOVIEMBRE Lu/Mi/ju/Vi 11 a 19hs. Sa/Do/Fer 11 a 20hs . Miércoles entrada gratuita.
Martes cerrado.
